sábado, 11 de noviembre de 2000

XXVI

Cada vez que me miras,
tus ojos se reflejan
en un profundo secreto,
añorado dulcemente
bajo este cielo tan inmenso.

Cada vez que me hablas,
tus palabras se difunden
más allá del tiempo y el espacio,
y se quedan impregnadas
de un dulce y añejo encanto.

Cada vez que me sonríes,
tu risa discurre cristalina
por entre el mar de mis emociones,
y quedo en silencio esperando;
porque tal vez al llegar el día
el murmullo acabe
y el encanto me abandone.

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